miércoles, 28 de julio de 2010

Cine de verano

miércoles, 28 de julio de 2010

Anoche rompí mi larga sequía cinéfila con El secreto de sus ojos, premiada como mejor película de habla no inglesa en los últimos Oscars y, lo que es más importante, recomendada por mis amigos (que saben mucho más de cine, como han acreditado con películas como Austin Powers 2, Buen rollito y otras grandes cintas que te salvan una tarde). En un ejercicio de coherencia íntima, mi reencuentro con el séptimo arte sólo podía producirse en un cine de verano.

Para un tipo que la última vez que fue al cine vio Tiburón (que por entonces era un boquerón, como cantaban en carnavales), ir a una mega sala de las de hoy supone agarrarse un catarro con el aire acondicionado y, probablemente, perder el hilo argumental en favor de una tentadora cabezada en esas butacas tan cómodas. Para alguien así, ir al cine incluye el pack completo: señora, hija y suegra, que es como se va a los cines de verano decentes. En familia.

Cuando se escucha 'cine de verano', la mayoría de la gente piensa en Cinema Paradiso, el delicioso filme de Giuseppe Tornatore. Yo, sin embargo, me acuerdo de los Gremlins, que es un recuerdo menos romántico, pero más ajustado a la realidad. Es la primera película que vi en la gran pantalla, qué le voy a hacer. Y la vi en un cine de verano, por supuesto. Imagino que iría con mi padre, mi madre y mi abuela materna, que es como se va a los cines de verano decentes. En familia.

De aquello tengo un vago recuerdo y no podría precisar si la proyección se realizaba como en el cine de anoche, sobre una pared encalada. ¿Se acuerda alguien del Cinexin? Tampoco sé atribuir a aquella experiencia el reparo en abrir el frigorífico después de medianoche.

Lo de ayer fue una experiencia sensorial completa. De entrada, un apetitoso aroma a plancha proveniente del ambigú. Qué cine convencional puede permitirse una barra junto a las butacas y servir montaditos de lomo, pinchitos y botellines bien fríos. Supo todo fenomenal, como saben las cosas sencillas.

Durante la proyección, las voces de los chiquillos se entrelazaban con los diálogos y, cuando Ricardo Darín y Soledad Villamil se miraban tan fijamente, sonaba de fondo un "¡mamáaaa!" que sacaba de ese instante de tensión sexual no resuelta hasta a los propios actores. Qué rica la espontaneidad infantil.



Tampoco era cuestión menor elegir entre la rudimentaria confortabilidad de las butacas de hierro o los veladores de jardín o de piscina pública, con la de bocadillos de tortilla o de atún que me he comido yo en verano en ese mobiliario tan funcional. Entrañable.

Y qué decir de cuando comenzó a chispear y se mascó la tragedia de un chaparrón que nadie esperaba.

Total, quería compartir con vosotros que volver al cine supuso mucho más que ir ver una película. Y como además fue buena, me llevo la satisfacción de que mi pequeña no andará en el futuro renegando por esos blogs de dios de su primera incursión cinéfila.



Por ANTONIO EME

1 reacciones:

Amparo dijo...

Si ese "¡Mamáaaaaaa!" hubiera procedido de otra personita que no fuese tu peque, te habría hecho menos gracia, amigo... ;)

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