sábado, 4 de septiembre de 2010

Segunda mano, último recurso

sábado, 4 de septiembre de 2010

La operación se sella con un apretón de manos. Es una mera formalidad, porque previamente el vendedor ha firmado -sin leerlo- el correspondiente documento de compraventa, del que no se lleva copia. Puede que confíe en la marca compradora (anunciarse en televisión también sirve para eso) o quizás esté familiarizado con esta actividad, la de convertir objetos en desuso en dinero en efectivo. Mientras tanto, la transacción ha sido grabada en vídeo. También es frecuente que la policía local se deje ver por la trastienda, que es donde se realizan estas actividades. Toda precaución es poca ante el comercio de artículos robados.

La oportunidad es tentadora. ¿Quién se resiste a cambiar almacenes de polvo por billetes? Dinero fácil y rápido: la alquimia de los barrios humildes. La piedra filosofal, a la que la tradición y la literatura atribuían la propiedad de convertir el plomo en oro, se transforma ahora en columnas de humo luego de haber sido mezclada con tabaco y liada en papel de fumar. Pero no generalicemos.

Es cierto que la presunción de inocencia es insuficiente en cierta compañía. En esos casos, el instinto mueve a sujetar con firmeza la cartera y a extremar la atención. Aquí, aunque abundan, no sólo hay cantera de delincuencia juvenil. También se deducen urgencias económicas por una situación de desempleo a edad madura o por encontrarse en país ajeno, sin familiares ni amigos. Lo que está claro es que nadie viene canjear unas slippers.

En este mercado del empeño y la segunda mano, en este en concreto, hay dos categorías de productos: las joyas y lo demás. Aquí entra casi cualquier cosa, aunque abundan los pequeños electrodomésticos, equipos audiovisuales e informáticos, telefonía móvil y, en ciertas ocasiones, trastos viejos que en otros círculos serían considerados antigüedades, pero que aquí no tienen valor aparente. Todo tasado a la baja y revendido a unos precios aún competitivos.

¿Se regatea? Yo no estoy programado para eso y acepto la primera oferta, 50 euros por una bicicleta estática que me costó tres veces más, pero que lleva más de un año en un garaje que hace las veces de trastero, estorbándose con otros objetos que en su día tuvieron utilidad, puede que efímera, pero que hoy son una molestia escondida debajo de la alfombra. Y quien dice alfombra dice garaje.

Un bulto menos y 50 euros más. A simple vista parece un buen negocio, aunque la bici está como nueva y por Internet o en ferias de segunda mano se le podría haber sacado un fajo mayor. No cruzo palabra con el resto de improvisados mercaderes pero tengo la sensación de que también están a merced de la voluntad del comprador, al que en más de una ocasión ponen en el compromiso de tener que ofrecer unos céntimos por un objeto deteriorado, inservible o sin salida comercial. ¿A qué viene tomarse tanta molestia para tan exiguo beneficio?

La publicidad tiene el don de embellecer la realidad, que es mucho más sórdida de lo que un eslogan está autorizado a trasmitir. Sello el trato con un apretón de manos tras haberme identificado como periodista e invitar a mi interlocutor a que me cuente la intrahistoria de este peculiar sector. Como respuesta recibo una negativa amable acompañada de una sonrisa socarrona. Al salir del local, con el dinero en la cartera y la cartera bien apretada con el puño derecho, un muchacho me pregunta si me interesa comprar un teléfono móvil.

Por ANTONIO EME
(ex-propietario de una bicicleta estática infrautilizada, 50 euros menos pobre)

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