Los gastrobares están de moda, pero al contrario que el reggaetón o las deportivas de muelles, esta moda se agradece. La premisa es acercar la cocina de vanguardia a los bolsillos ordinarios, y para conseguirlo no ha hecho falta inventar la pólvora, sino recurrir a la infalible fórmula del tapeo. Una rápida escapada al Barrio de Santa Cruz para esos minutos entre turnos ofrece una buena pista sobre dónde podemos volver en otra ocasión con amigos y con más sosiego.
1 panizo de semilla con pluma ibérica y ensalada de angula de monte (con rúcula y vinagreta de miel)
Total (1 persona): invitó la casa
Decoración bastante actual, basada en tres colores principales, blanco, negro y pistacho, sin más artificio que una exposición de pintura contemporánea. La propia pared de los aseos sirve de pizarra donde se apuntan todas las tapas a tiza. Se puede tapear en dos barras con sus taburetes y en algunas mesas. Tiene patio interior que, además de aportar luz natural, alberga algunos comensales.
Servicio inmediato, aunque las tapas llevan su elaboración.
Comida muy creativa y fresca a partes iguales, pues Rafael de la Rosa, el jefe de cocina y propietario, se ciñe a los productos de temporada y, tras un paso matutino por el mercado, decide sobre la marcha las tapas que se van a poder degustar ese día. Cada jornada es una sorpresa, nada de cartas aburridas que duran demasiado tiempo.
Precio fantástico para la calidad de la materia prima y el trabajo de autor. Tapas caras para lo que se acostumbra, pero baratas para ser cocina innovadora. Una cosa por la otra, pero se puede comer tranquilamente por menos de veinte euros.
Conclusión: una de esas aventuras gastronómicas que tanto agradece el público, sobre todo el que tiene curiosidad pero no puede pagarla. Cocina creativa asequible, trato afable, excepcional situación (Barrio de Santa Cruz). Y, sobre todo, que uno nunca sabe lo que se va a encontrar allí. ¿Con qué tapas nos sorprenderán hoy?
Por ANTONIO EME
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